lunes, 8 de noviembre de 2010

La búsqueda de Juan

    Armenia 943, a dos casas de la comisaría y en frente de la Iglesia... Iglesia de los Santos de los últimos días, ¡cuanta bazofia!, este tipo vive rodeado de curas y milicos, ¡eso sí que es tener suerte eh!, pensaba Juan en voz alta. Eran casi las diez de la mañana, una señora de chancletas barría la vereda con entusiasmo.
-Que tal señora, ¿la casa de Badaluco? Sin dejar de barrer y sin siquiera levantar la mirada, la mujer me señala la casa rosada del árbol en la puerta, la única que no tenía rejas en toda la cuadra. ¿Se habrá molestado porque le dije señora o será que se llevan mal con Carlitos?, no creo, me dijeron que es un tipaso, deducía Juan mientras esperaba que alguien lo atendiera en lo de Badaluco.
 Hola señora, buen día.  
-Hola, ¿en que puedo ayudarte?
-Estoy buscando a Carlitos Badaluco, ¿vive acá no?
-Sí, ¿por qué motivo lo estás buscando?
-Necesito hablar con él, es un tema delicado...
-Bueno mira, Carlitos está durmiendo ahora, así que no va a poder atenderte. 
La mujer, que seguramente habría notado mi cara de aflicción y la decepción que me había causado su respuesta, agregó:
-Pasó una mala noche, tuvo una cena reencuentro con amigos, se hablaron muchas boludeces viste... ¿podrías pasar más tarde?
-Mmmm... la verdad que se me complica bastante, tengo que trabajar, ¿podría darme algún teléfono para localizarlo?
- Sí, anotá...
Luego de agendar el número y de despedirse de la amable señora, emprendió la caminata hacia la librería, esquivando a la mujer que barría que no quiso dejarle paso. De camino se encontró a Marina, su amiga de toda la vida, que iba para la disquería ¡Que injusticia!, tendríamos que invertir los trabajos y los dos quedaríamos contentos, pensó Juan que siempre fue un amante de los discos, y su amiga de los libros. Ambos acordaron juntarse a comer una pizza esa noche en el departamento de ella, ya que hacía tiempo que no lo hacían.
Once menos cuarto Juan recién estaba retirando el cartel que decía "ya vuelvo", de la puerta del negocio. Tuvo suerte de que ese día el dueño no vendría hasta el mediodía. Se detuvo un instante a mirar el grafiti que un jóven había hecho en la persiana del local de al lado: "Menem pedaso de milico metete la ley del palo en el culo". En seguida pensó que haber hecho un acto similar en su adolescencia no le habría permitido reflexionar hoy sobre ello. Todos eran sospechosos y corrían peligro de desaparecer. "Y a mi hermano se lo chuparon unos hijos de puta" murmuró, y con los ojos un tanto húmedos entró.
Pasado el mediodía, luego de que el dueño de la librería había hecho su ronda de control, volvió a colocar el cartel, esta vez para ir hasta el locutorio a hablar con Badaluco. Regresó un poco más contento de lo que se había ido, porque se econtraría con Carlitos  al día siguiente, a las siete, en el café de los poetas, donde todos los viejos huelen a naftalina y toman mucho café. El día transcurrió con mayor ánimo para Juan, aunque la imagen de su hermano estuvo todo el tiempo en su cabeza.
Esa misma tarde, una chica de aproximadamente unos dieciseis o diecisiete años, entró al negocio preguntando por el texto de Jack Kerouac, "En el camino", ¡que buena elección! meditó Juan, pero lamentablemente los viajes subterráneos, las borracheras antológicas, las noches de marihuana y de jazz, no estaban en stock. -Jóvenes en búsqueda eh, le dijo a la muchacha sonriendo con picardía. La muchacha levantó una ceja y se encogió de hombros, mientras torcía su boca hacia un costado. Pendeja, refunfuñó él volviendo al mostrador, podría haberle enseñado un par de poemas de Mario Benedetti, si habrán alegrado en mis épocas de búsqueda a pendejas como estas, pensó.
Al llegar a su casa escuchó cuatro mensajes que había dejado su madre en el teléfono. Todos eran distintos, pero decían la misma cosa. Lo invitaban a cenar esa noche porque su padre y ella habían amasado pizzas, y decían que lo extrañaban, a pesar de que hacía tan sólo tres días que lo habían visto. Juan, que ya tenía planes con su amiga Marina, para evitar futuros reproches por celos de su madre, pospuso el encuentro para la noche siguiente. Durante la cena les contó a sus padres del encuentro que había planeado con Carlitos Badaluco, y el propósito del mismo. La velada transcurrió más tensa para todos, y la digestión no fue tarea sencilla para ninguno de los que allí estaban.
Al día siguiente, Juan estaba desde las seis y media de la tarde, sentando en una de las mesas de mantel a cuadros del bar de los poetas, por las dudas de que a Badaluco se le diera por llegar más temprano y tuviera que esperar solo. Ya había tomado dos cafés, cuando Carlitos entró por la puerta del frente, esquivando a un par de viejos que jugaban ajedrez. Juan lo esperó sentando, mientras sus manos sudorosas hacían trizas una servilleta. Se paró para darle la mano.
-Mucho gusto señor, Juan Aroldo.
-Que tal, Carlitos.
-¿Toma café?, preguntó Juan señalando con sus dedos nerviosos hacia el mostrador.
-Por favor, agregó Carlitos.
Durante un rato, ambos hablaron sobre sus vidas actuales, hasta que Badaluco le comentó sobre la desafortunada cena que había tenido la otra noche y entraron en tema: los 70 y la terrible pérdida de Juan. Transcurrieron las horas y los viejos y los partidos de ajedrez se fueron renovando. Los ojos de Juan se mantuvieron siempre húmedos. El viejo se despidió con un fuerte apretón.
-¿Y sabes qué más me dijo Marina? que Hernán nunca habló, no los delató, murió con honor, él lo vio.




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